El tiempo, la preparación, el esfuerzo y la disciplina de todos aquellos que estamos inmersos en la creación artística, y en este caso, en la profesión musical, no siempre son valorados adecuadamente. Interpretar lo que viene escrito en una partitura va mucho más allá de una mera lectura y memorización; al abordar una obra nueva, el músico busca decodificar el trabajo de la manera más cercana a lo que el compositor tenía en mente para posteriormente, transmitirla y darle vida, a través de un análisis completo y detallado.
Una vez que una nueva pieza ha sido seleccionada, antes de poder emitir una primera nota, es necesario llevar a cabo lo que se conoce como “trabajo de escritorio” o
brain work. En esta etapa se investiga sobre el contexto histórico-social-político en el cual fue escrita la obra. En el caso particular de los cantantes, se busca entender a cabalidad el texto, sobre todo si está en un idioma que nos es ajeno.
También es necesario determinar la pronunciación adecuada de las palabras (con base en las reglas de fonéticas específicas), así como la prosodia natural del idioma y el efecto o carga emotiva que buscamos transmitir (en ocasiones, queremos resaltar una palabra o frase al momento de interpretar). También es cierto que la articulación de ciertos fonemas nos es de utilidad o nos favorece para una correcta emisión vocal, mientras que la articulación de otros nos representa un desafío que es necesario conquistar.
Otro elemento importante dentro de este primer acercamiento es reflexionar sobre la selección de instrumentos (sonoridad y colorido tímbrico) determinada por el compositor (se trata de una pieza íntima, con orquestación discreta o bien, el compositor propone algo imponente y denso; predominan las maderas, las cuerdas, los metales, etc.), aún si la interpretación se hará con acompañamiento al piano.
Dentro del “trabajo de escritorio”, los conocimientos de Teoría Musical son de utilidad para echar un vistazo más o menos somero a la manera de armonizar el texto (detectar la tonalidad principal, en qué momentos el compositor decide cambiar, cómo lo hace y a qué nueva tonalidad lleva la pieza, el modo y
tempo de la obra) así como a las figuras rítmicas sobre las que se articularán las palabras (¿se trata de una disposición silábica? o bien, ¿existen sílabas que duran dos, tres, cuatro compases?; ¿las sílabas finales de una palabra se ligarán con la siguiente?).
Es factible y deseable llevar a cabo este proceso, sin importar el género del que se trate: lo mismo una pieza sacra, que un
lied o que un aria de ópera. Y es que el intérprete debe buscar la forma de apropiarse de la obra, hacerla suya, para después poderla representar y presentar a otros en sus propios términos, siempre atendiendo a las características estilísticas del periodo al que la composición pertenece.
Una vez concluida esta etapa, estamos en posibilidad de entonar la pieza, detectando las alturas, los
tempi y las figuras rítmicas; ¿cuáles nos resultan más cómodas? ¿en cuáles será necesario poner atención adicional? ¿Cuáles representan un desafío técnico? ¿cuáles puedo utilizar para lograr un efecto musical particular? Es aquí cuando los problemas de afinación, fraseo y respiración quedan resueltos; sin embargo, todavía está lejos la verdadera interpretación.
La mente es parcialmente dueña de la obra, sin embargo, es indispensable automatizar lo más posible la memoria muscular para la emisión de los sonidos con la calidad y el color que se busca. Esto no quiere decir en modo alguno que el músico emita sonidos “en automático”, simplemente ayuda al momento de la interpretación, en el que la atención del cantante se divide en varios aspectos, a la manera de un caleidoscopio: afinación, gesticulación, articulación, fraseo, postura y
pathos, entre otros, deben estar bajo el control del intérprete.
Con la práctica, la música y las palabras se quedan en la memoria (aunque frecuentemente es necesario realizar un esfuerzo adicional para “soltar” la partitura). Es aquí cuando tiene lugar una de las actividades más gratificantes. Con la estructura rítmico-musical ya en su lugar, se abre la posibilidad de jugar con los colores vocales, las dinámicas (volumen), la velocidad, los silencios y la imaginación, en una frase: hacer música.
Finalmente, es el momento de compartir lo trabajado, lo soñado, lo imaginado y lo sufrido; llegó la hora de convertirnos por unos instantes, lo mismo en un ángel anunciando una buena nueva que en un ardiente enamorado, dispuesto a enfrentar lo que venga con tal de rescatar a la mujer amada. Convocarlos y compartir con ustedes estos instantes de música es una experiencia profundamente significativa y grata.
¡Bienvenidos!